Allá nos fuimos, salimos de la capital un jueves de madrugada, justo cuando la ciudad empieza a despertar. Tomamos un autobús que partía del centro y recorría la gran avenida Alameda alejándose del bullicio entre la pesada niebla matutina. Unas horas más tarde nos esperaba el desierto.
Una vez en San Pedro empezamos a planear nuestros días, hay varios modos de conocer Atacama. En las calles de San Pedro hay una gran cantidad de agencias encargadas de organizar visitas por los lugares más espectaculares de la zona. También es posible alquilar una bicicleta y descubrir los parajes más cercanos, entre ellos la aldea pre inca Tulor de más de 2800 años de antigüedad.
Una vez que nuestras visitas estuvieron más o menos planeadas, con toda la ambición que para ello se requiere, decidimos celebrarlo tomando unos Pisco-Sour. Lo que no sabíamos es que nos encontrábamos a 2500 m de altura sobre el nivel del mar, es decir, 2000 metros más con respecto la ciudad de Santiago (nuestra altura natural), y eso, créanme, hace que dos piscos equivalgan a cuatro. Además unas nubes oscuras poco halagüeñas despidieron el día... y esa noche cayó una tormenta sobre el pueblo.
Cabe decir, que nos teníamos que levantar a las 3:30 de la mañana para ir a visitar los Geisers de Tatio, con lo que entre los truenos y la caña el despertador nos anunció entre sueños rotos el momento de prepararse y abrigarse para subir hasta los citados Geisers.
-Les aviso que vamos a subir 2000 m de altura, por lo que a medida que vayamos ascendiendo tendremos menos oxigeno, lo que implica que os iréis quedando dormidos... si alguien se marea o se encuentra mal por favor, avísenme.-decía el monitor, mientras repartía unas mantas para abrigarnos en el pequeño autobús.
Para bien o para mal, después de una hora de ascenso, los carabineros nos detuvieron para alertarnos de que el paso estaba cerrado debido a las fuertes lluvias y que era peligroso continuar... por lo que tuvimos que regresar a San Pedro. A las siete de la mañana continuamos con nuestro sueño partido, no sin muchas lamentaciones, como ustedes comprenderán.
Por la tarde una bonita visita nos esperaba: el Valle de la Luna. ¿Cómo podría describirlo...? es como estar en otro planeta, miles y miles de kilómetros de tierra estéril y en ocasiones cubierta de sal que quedó como vestigio de otros tiempos, cuando todo estaba sumergido bajo el gran océano Pacífico. Cuando el sol se pone la tierra toma un color purpureo que te hace pensar cuán mágico y misterioso es nuestro planeta.
Al día siguiente hicimos una excursión que nos llevó todo el día. Visitamos las lagunas Altiplánicas con parada en una aldea para almorzar, y ¡qué almuerzo!
Durante la primera parte de la visita estuvimos en un paraje cubierto de sal con grandes lagunas rosadas. En estas conviven una pequeña variedad de aves, entre ellas los flamencos, que por cierto, pasan gran parte del día alimentándose debido al diminuto tamaño de sus presas. Se alimentan de unos pequeñísimos crustáceos de color rosado, es por ello que los flamencos a medida que crecen van adquiriendo ese mismo color, ya que cuando nacen son completamente blancos.
El paisaje es altamente entretenido debido a la mezcolanza de situaciones que se dan, por un lugar la llanura infinita, en ocasiones cubierta de sal y en ocasiones de pura tierra, por otro el telón de fondo de los volcanes de la cordillera de los Andes, nevados.
Fue ahí dónde nos dirigimos durante la segunda parte de la visita, a las lagunas altipláncas situadas en los faldones de los volcanes, un lugar que no se sabría catalogar, simplemente precioso y único en el mundo.